lunes, 19 de noviembre de 2012

Carlos García reseña Axiomatic de Greg Egan

Sin Solapas, el blog de Carlos García (@cagafo), es uno de mis sitios de reseñas favoritos. A otras webs acudo para saber si debo o no leer un libro. Pero a Sin Solapas acudo para disfrutar, sí, disfrutar, de las reflexiones que allí se encuentran. No me importa de qué libro se hable, ni si es bueno o es malo, porque sé que Carlos me hará sonreir y reflexionar y que, al finalizar, habré aprendido algo nuevo sobre la literatura. Y sobre cómo se debe escribir sobre libros.

Hoy tengo la gran suerte de poder publicar una reseña que Carlos me ha cedido. Y no cualquier reseña, sino la de uno de mis libros favoritos: Axiomatic de Greg Egan. Sentaos cómodamente, relajaos y disfrutad.

Hay científicos poetas. Científicos que usan metáforas e imágenes para dar pasos adelante. Algunos gigantes han usado recursos de la imaginación para sobrepasar el estado de las cosas en sus propios ámbitos cuando chocaron con sus respectivos muros. Algunos han llegado a una elegancia que no se puede conseguir con palabras. Hoy día parece que haya un intento, un poco idiota, por parte de algunos divulgadores – poned nombres vosotros mismos – para reducir a palabras mágicas y poesía conceptos que quedan ensuciados por ese lenguaje.

Esto es hacer ficción de la ciencia: pensar que el forcejeo técnico, el esfuerzo y las horas desabridas que conlleva captar un concepto – cuánto más descubrirlo – se puedan traducir con fidelidad a algo tan impreciso como el lenguaje. No hay palabras para describir la belleza de la igualdad de Euler, ni el esfuerzo y el genio que llevaron a ella. Sin embargo sí que hay algo que se puede trasladar al lenguaje: su sentido de la maravilla. Eso no lo pueden conseguir los divulgadores. Eso sólo lo pueden hacer quienes pertrechados con bagaje científico, quienes comprendiendo los caminos y mecanismos de las ciencias, tienen el don de las palabras para comunicar lo que se sospecha que pueda quedar en algún rincón de lo posible y, yendo un paso más allá, lo hacen real en la ficción. Eso es la Ciencia Ficción.

Eso es Greg Egan en Axiomatic, una recopilación de cuentos en los que Egan especula. “Especular” en su más primero sentido: en el de examinar con detenimiento, ahondar en un concepto y examinarlo hasta una consecuencia. La consecuencia final que unifica esta colección de cuentos, es la humana: ¿qué sucede sobre un humano cuando una teoría arriesgada es un hecho?

No se pide a Egan personajes y psicologías factibles. No dará relaciones humanas intensas, calidez y conflicto de emociones. No se pide a Egan lo humano. Egan solo da lo que podría llegar a ser lo humano, en el límite de la física, de las matemáticas, de la biología, y con un rigor, dureza y sequedad algebraicas. Captar los razonamientos de Axiomatic en toda su extensión puede exigir algo más que haber oído campanas de mecánica cuántica, como en The Infinite Assassin. Quizá este sea un ámbito que al lector de ciencia ficción se le presupone, como la genética, pero no es tan común la epidemiología de Blood Sisters, la endocrinología en The Caress, o la lírica estadística de The Safe-Deposit Box. Rizando el rizo, para captar enteramente el sentido completo de solo un título (Unstable Orbits in the Space of Lies), Egan obliga a conocer qué es una transformación infinitesimal: una apilación de sentidos que sería la envidia de Quevedo. En este sentido Greg Egan es posiblemente el más duro de los duros escritores de ciencia ficción que este que suscribe, no tan curtido lector de ciencia ficción, haya leído.

Esto no es un mérito en sí mismo, aunque el vuelo de lo científico es muy alto. Tampoco es un mérito de Axiomatic la brillantez formal: Egan presenta defectos de estructura y en más de una ocasión los finales no son todo lo redondos que pudiera esperarse, cojeando cuando la especulación se desinfla en algún punto del cuento. Egan tampoco pasa de escritor competente, no es un gran estilista pese a que a veces tiene destellos sorprendentes. Cuando Egan realmente deslumbra es cuando se convierte en poeta e imagina un Bodhissatva en un modelo matemático en Eugene; cuando difumina un inicio y un final en una fantasía de mitología borgiana en The Caress; cuando rompe los espejos de la realidad en una espuma cuántica de posibilidades en The Infinite Assassin o de paradojas, en The Hundred-Light-Year-Diary; cuando en Appropriate Love mira las emociones y se pregunta si se puede superar la moralidad esencial (¿o tal vez es repugnancia?) que nace de las más profundas. Pero, sobre todo, en Axiomatic Egan me ha dejado con la boca abierta en tres ocasiones, a lo largo de tres cuentos enteros, en los que todo funciona y a los que no puedo poner reproche alguno.

La primera: cuando noté el escalofrío de lo que alcanza su objetivo al descubrir en The Safe Deposit Box la mente de un hombre carente de constantes, una personalidad nacida de la fluctuación aleatoria y muestra el significado de niñez, amor, o cansancio en alguien así.

La segunda: cuando en Learning to be Me, Egan ejemplifica treinta años de filosofía de la conciencia y la subjetividad, y deja una sensación helada en la médula de los huesos al plantear una pregunta mucho más allá de lo existencial: ¿quién eres tú?

Y la tercera ocasión, cuando más me ha impresionado: en The Vat: A Romantic Comedy, un cuento sin nada de comedia o romanticismo, ante el que me descubro por la frialdad, precisión y dureza de las frases que conducen de la autoconciencia perfecta a la psicopatía:

“If he stabbed her in the heart, only the tiniest fraction of them would be killed directly by the blade - just a few million cells in her skin, her soft tissue, her heart muscles. The death of her neurons would be almost coincidental, more a product of this organism's poor design than anything else. A slime mould would easily survive similar treatment.”

… y en el que después de leerlo cuatro veces todavía dudo si se trata la ciencia o la locura.

El Egan en Axiomatic me ha deslumbrado como poeta de lo formal, como tejedor de lo posible. Como alguien que con el lenguaje enseña la maravilla de la ciencia en no más de treinta páginas, con las que logra proponer el turbador resultado filosófico de una proposición científica al límite.  Este es un libro con la concisión y belleza que sólo puede dar lo matemático.

Un axioma, un corolario.

(Reseña original de Carlos García de Sin Solapas)

22 comentarios:

  1. Axiomático me parece una muy buena recopilación de relatos, pero no es de recibo afirmar que la divulgación científica, esa complicada labor que consiste en explicar la ciencia de verdad a neófitos, no consigue alcanzar el sentido de la maravilla. Está muy bien disfrutar de escritores como Egan, Lem o Neal Stephenson, pero también hay mucho sentido de la maravilla en Sagan, Pinker o Dawkins. No entiendo ni comparto la afirmación de que la ciencia si no es ficticia no maravilla...

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    1. Con permiso de @odo, respondo. Quizá no me he explicado bien. En realidad he querido decir que para conseguir sentido de la maravilla hace falta tener un muy bien conocimiento científico. Por supuesto que Sagan, Pinker o Dawkins (o Gould, o Holfstadter, o Davis, Feynman, o Penrose) maravillan. Lo que digo es que es imposible que sin una buena base científica pueda maravillar la ciencia, porque no puede valorar ni por asomo lo que hay detrás de las palabras.

      Me explico. Se puede maravillar a un niño con velas, vinagre y bicarbonato, pero lo mismo da que decirle por qué el gas impide que se consuma la llama que que le digas que es dios el que ha venido a apagar las velas. Divulgadores como ese cuyo nombre no menciono -porque, ¿para qué?-, hacen lo segundo. No maravilla con ciencia, porque no la comprende: lo hace con magia. Y para hablar de magia, Alan Moore.

      ¡Gracias por la parte que me toca!

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  2. Qué interesante debate se abre. Estoy con cagafo. La ciencia no puede fascinar en sentido estricto puesto que es lo opuesto de la magia: en la magia, no sabemos el cómo ni el por qué: cuenta el resultado. En la ciencia, al niño se le informa de todo: se le explican los motivos, los por qués. Desde el punto de vista pedagógico y formativo, es estupendo (más ciencia y mejor explicada debería haber en la educación en España); desde el punto de vista de la imaginación, es poco estimulante. No hay misterio.

    Puede fascinar, tal vez, a un adulto, porque estimula aspectos intelectuales; pero la magia, o, un grado más abajo, el sense of wonder, es mucho más poderoso: importa la belleza del efecto aunque haya "truco". Lo fascinante es, un ejemplo, el viaje en el tiempo, sus implicaciones, sus consecuencias, o, otro ejemplo, que una nave pueda viajar hasta un planeta: el cómo "calmará" a los más acérrimos cientifistas, pero no es lo relevante. Lo fascinante es lo imposible, lo fantástico, al que se le aúna un matiz de realismo (relativo), y esto es justo la ciencia ficción: lo que es "imposible" AHORA, pero podría ser posible MAÑANA.

    No hablo, claro, en términos extremos, pero creo que la divulgación científica aún tiene mucho camino que ganar, sobre todo de cara a los niños. Supongo que también dependerá de qué ciencia. O incluso dependerá del momento, del contexto histórico. Ahora mismo, me extrañaría que a mucha gente, niños o adultos, la ciencia ficción incluso le pueda parecer fascinante si no pueden, cómo dicen los angloparlantes, ah, sí, "relate to". Puede que por ahí venga esa exhaustion de la que hablaba Kincaid: sabiendo como sabemos, todo lo que sabemos, del mundo a día de hoy, es improbable si quiera soñar con eso con que nos hacían soñar los viejos escritores "clásicos": viajar a las estrellas. Por eso, imagino que ahora se tiende más a refugiarse en el escapismo de la mala fantasía (como afirmaba aquel blog, y entrada, tan polémica, que no dejaba títeres con cabeza). ¿Quién puede soñar con una singularidad, de cualquier clase, si Occidente se hunde por falta de dinero?

    A mí, la ciencia no me interesa (nunca tuve quien me hiciera interesarme); la ciencia ficción, sí. Ahora bien, y hasta que afronte la lectura de este libro (o cualquiera) de Egan, no puedo opinar si la hard science fiction que no cuide personajes, temas o estilo literario puede o no, para mí, transcender. O, si usando esa comparación que tanto miedo causa, y que tantos ríos de tintas aún producen (no hace mucho, un artículo en el New Yorker volvía a "mermar" las cualidades de la literatura de género), no sé si la ciencia ficción "dura" puede compararse, sin personajes, a la "gran" literatura. No lo sé.

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  3. Siento no estar de acuerdo, Fernando. Yo creo que la ciencia, por sí misma, ES fascinante. Y precisamente lo es porque es realidad. Hay sucesos, hechos, descubrimientos que parecen increíbles pero son verdad y por eso son aún más fascinantes que cualquier cosa que pueda imaginarse.

    Por ejemplo, ¿quién podría haber imaginado que hay verdades que son indemostrables (Teorema de Gödel? ¿O que hay infinitos más grandes que otros (los números transfinitos de Cantor)? ¿O que hay conjuntos que, siendo infinitos, tienen medida cero (los fractales que tan bien utiliza, precisamente, Egan en el prime relato de este libro)?

    De hecho, lo que más me gusta de Egan es que toma elementos científicos que de por sí son fascinantes y los hace protagonistas de una historia. Pero una historia que funciona, precisamente, porque científicamente todo es sólido, que fascina, especialmente, porque las propiedades de las que se vale Egan para maravillar no son mágicas, sino reales como la vida misma.

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  4. La fascinación de la que hablas es esa que yo mencionaba: la intelectual. La misma que hace que, por ejemplo, uno vea un buen documental sobre un personaje histórico, o un caso real, y uno quede interesado por saber más. Yo no la niego, claro que no. Además, obviamente la ciencia siempre será fascinante para cualquier adulto que se dedique a la ciencia: es lógico. Pero no sé si esa fascinación es extensible a todo el mundo, y, sobre todo, a los niños. Y tampoco, a todos los adultos. A no ser que asumamos que la ciencia ficción se dirige solamente a una audiencia que sea "científica".

    La ciencia propone respuestas y hace más preguntas, y eso, de nuevo, apela a nuestro intelecto. Pero, a menudo, conlleva demasiada abstracción: si eso no lleva a situaciones concretas, o personajes concretos, y eso es lo que lleva haciendo años la ciencia ficción, todo se queda en lo intelectual. De hecho, este género, hasta cuando ha sido "malo", ha hecho más por la divulgación científica que la propia divulgación científica. Porque, según lo veo yo, la ciencia ficción habla de cómo un posible potencial futurible cambio en una tecnología, en una ciencia, puede afectar al ser humano. Mientras más concreta, una historia funciona mejor. Eso no implica, claro que no, que se puedan escribir ensayos atractivos sobre la ciencia. Pero la ficción es otra cosa. O bueno, no cerremos puertas: la ficción más "clásica". Otra cosa son los experimentos, que de esos también está llena la literatura. Pero son más "literatura" que "novela", que ficción.

    Ahora bien, si en una novela o en un relato la parte científica es creíble, mejor que mejor; ayuda a la verosimilitud, que en este género es indispensable. Pero, te pongo un ejemplo: Larry Niven se preocupó muy mucho de darle respuesta a todos los posibles críticos de su primer libro de Mundo Anillo en su continuación. Pero siguió preocupándole tan poco los personajes. Así, puede que los más cientifistas estuvieran contentos, pero el público que consume literatura (sin adjetivos), no tanto. Además, eso tiene el riesgo del infodump constante, tan molesto.

    En todo caso, cada lector es distinto. Habrá a quien un universo le resulte tan fascinante, por bien urdido, por bello (no olvidemos la belleza), que quizá "pasen la mano" a personajes que sean menos cuidados. Habrá quien le importe poco si la ciencia en la historia es muy "científica" o no. Habrá quien quiera todo el paquete. Habrá de todo. Eso también hace al género tan interesante: hay diferentes niveles de exigencia. Mira aquel tipo que te indignaba tanto, no Kincaid, el otro (no recuerdo el nombre): el tipo quería, exigía, nada menos, que la ciencia ficción ofreciera soluciones filosóficas e ideológicas al mundo en que vivimos. Hombre, así no me extraña que no dejara títere con cabeza: puestos así, bien podría pedirle ese grado de (supuesto) compromiso a los escritores de literatura que no es de género.

    En todo caso, tengo en mi lista de deseos de Amazon a Egan y este libro. Por lo que leo por ahí, sin duda es para muchos su obra cumbre, o la que mejor resumen sus valores. Prometo leerlo.

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  5. Esto me recuerda un montón al famoso debate "C vs L". Yo, lo he dicho muchas veces, me alineo claramente con los "C", es decir: prefiero los elementos "científicos" a los más "literarios".

    En cuanto a la abstracción frente a la concreción, la verdad es que nunca lo había pensado así, pero yo soy precisamente de la opinión contraria: cuanto más abstracto es un tema, más me fascina y más fácil me resulta "identificarme" con él. Lo concreto me aburre por contingente, lo abstracto me maravilla por necesario.

    Pero claro, yo soy un poco raro. Siempre lo he sido y lo sé.

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    1. Entonces, se entiende que no coincidas con Kincaid y esos otros analistas que están tan críticos con la ciencia ficción contemporánea: mucha de la crítica también viene del posible bajón en calidad literaria. Yo es que creo que el arte, la literatura, el cine, lo que sea, lo que tiene que ser es buena en todos sus aspectos, no importa si es de género o no. Pero eso soy yo, claro.

      En cuanto a lo de abstracto... Tal vez no me expliqué bien. Los temas tratados en una obra literaria pueden ser relativamente abstractos... pero toman concreción, cuerpo, voz, en personajes, conflictos, concretos y específicos.

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    2. No coincido con Kincaid, no. Pero es que lo que yo entendí que le achacaba a la CF actual no era una falta de calidad literaria, sino un agotamiento de temáticas.

      Evidentemente, prefiero la buena literatura y me encanta la buena prosa. Pero si me gusta la CF, si la prefiero a cualquier otro género, es por las ideas. Prefiero las ideas a la buena prosa, aunque eso me convierta en un ignorante.

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    3. Sí, es posible que la CF destaque como género en ese sentido: el de las ideas. No creo que preferir las ideas a la buena prosa te haga un ignorante; son tus prioridades personales como lector. Ya digo que eso es muy personal. Además, tampoco creas que una prosa "buena" hace buena literatura de forma automática, no creo que sea sólo cosa de "estilo". En realidad, es tan complejo que hace siglos que la crítica no se pone de acuerdo exactamente en qué es buena literatura, y el canon va variando. Como el canon de la "buena" ciencia ficción, por cierto. De hecho, es muy interesante que hicieras ese listado de buenas obras (a tu criterio, claro; cuál si no) recientes, porque ahonda en eso de cómo se mira a los años recientes actualmente. Cuando pasen los años, podrás revisar tu lista y eso generará un debate relevante.

      Por ejemplo, en 10 años se verá qué se "mantiene" del Steampunk, qué de la nueva space opera, qué autores, qué temas, etc. No digo en tu listado; digo en cualquier listado. No lo has incluído, porque se sale de la CF, pero también veremos qué del New Weirdaguanta el paso de los años.

      Ahora mismo, Miéville, Bear, Banks son indispensables; sólo una década (o dos) nos dirán si lo seguirán siendo.

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  6. ¿Puede fascinar la ciencia a un niño? Os iba a contar otra cosa, pero esta es una historia real.

    - Papá, ¿qué es una estrella?
    - Es una bola de gas que arde.
    - ¿Y por qué es redonda?
    - Porque eso mismo que tira de tí cuando saltas tira del gas, pero igual que en todas partes caes igual, en la estrella tira de ti en todas direcciones a la vez. Pero el gas se quiere escapar por todas partes a la vez.
    - ¿Y qué pasa cuando se quema?
    - Pues depende de cuánto gas haya, pero si hay mucho gas, eso que tira, tira cada vez más hasta que aprieta el gas como cuando aprietas la miga de pan, y cada vez se hace más pequeño.
    - ¿Y cómo de pequeño?
    - Pues... no se sabe, pero los números dicen que se hace tan pequeño como nada, pero sigue siendo tan grande como la estrella, y tiene tanta fuerza que no puedes acercarte sin que te trague.
    - ¿Eso es un agujero negro? ¿Y qué hay dentro?
    - No se sabe. Solo se sabe que no se puede salir.
    - Pues yo... quiero saber que hay dentro. ¿Puedo ir a uno?
    - No creo, pero si fueras no podrías salir nunca.
    - ¿Y cómo lo puedo saber?
    - Pues tendrás que aprender muchos números, porque con los números se saben cosas.
    - ¿Y por qué?
    - Pues no lo sé. Pero los agujeros negros se vieron antes en los números que en el cielo. Con los números se saben cosas que no ves.
    - Entonces con los números se hace magia.

    Esto último no fue una pregunta. Y esta es una conversación real con mi hijo de cinco años, de ayer mismo.

    Y por mi parte, aunque tengo una fascinación personal por todos los sistemas simbólicos, literatura o ciencia, si me obligan a elegir a punta de pistola me quedaré siempre con los que digan cosas consistentes consigo mismas. Y por ahora, nadie tiene más éxito con eso que las matemáticas.

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    1. Fíjate que tu hijo preguntaba y le atraía aquello para lo que no había respuesta.

      "Yo quiero saber qué hay dentro". Y quería viajar al agujero negro. Lo maravilloso es lo "imposible"; lo que AÚN no se sabe. Ése es el límite de la ciencia, y también su parte más fascinante: aquello que aún no ha resuelto.

      Yo he estado años trabajando con niños en un programa donde intentamos hacer una sección de divulgación científica y nos dimos por vencidos. Un experimento no es narrativo. El mito siempre ganará a la ciencia, por la fuerza que tienen las historias. Por eso, la ciencia ficción ayuda mucho a contraponerse, pongamos, a la religión, un sistema potentísimo basado en una mitología. Una narración y sus elementos simbólicos, dramáticos, etc, son armas muy poderosas.

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    2. ¡Qué poco conoces a mi hijo! ¡Lo que le atrae es que haya respuesta!

      Los niños quieren saber, lo que pasa es que no aprenden de la misma manera. ¿De qué edades eran los niños con los que hacíais los experimentos? ¡Los niños aprenden con experimentos, si no no tendrían tantos moratones! El problema es que un experimento es una narración totalmente causal. Pero hacer una narración causal a un niño, que no ha adquirido todo un repertorio cognitivo que implica el conocimiento de una serie de constancias exige ponerse al nivel de desarrollo conveniente.

      Su narración no será la adulta, porque hay constancias que no tienen. Antes de los 8 años, su narración es preoperacional y los experimentos deben ser muy físicos.

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    3. Bueno, claro; tú conoces a tu hijo mejor que yo. Pero me ha llamado la atención eso que ponías de la conversación.

      Hombre, una narración causal... Por propio definición no existe. Es casi un oxímoron. Una narración tiene un autor, siempre, que manipula sus elementos. Un experimento tiene que "contarse" para que fuera una narración. Y eso era imposible en nuestro programa: temas de presupuesto. Hubiéramos necesitado una voice over, y tampoco sé si esto hubiera funcionado. Aunque, demonios, ahora que lo pienso, si hubiéramos tenido tiempo y dinero (y esto no es lo que abunda en televisión) podríamos hasta haber innovado.

      No, no niego, no puedo, que un niño no tengo capacidad narrativa. No sé a partir de qué edad, pero desde el momento en que los padres les cuentan cuentos, ya saben bien eso del principio, el medio y el final. Y hasta saben de los giros (sorpresas). Tampoco digo que no se pueda interesar a un niño por la ciencia, ojo. Digo que haría falta tiempo y un buen uso, por ejemplo, de la sorpresa. Al fin y al cabo, si anticipas "para qué" sirve el experimento (qué va a probar) le quitas la gracia. Aunque, y ese es otro aspecto por donde se podría ir, luego está el elemento de que el niño realice el experimento por sí mismo: esto genera un interés diferente, de otro ámbito quizás, al de la narración.

      Pero te digo la verdad: hablando con niños durante casi 5 años, nos damos de cabeza con algo preocupante. No tenían curiosidad por nada. En general, claro; había excepciones. Pero eran poco curiosos. Tenían entre 7 y 11 años. Y eran poco imaginativos. Y ya, lo que era alucinante, y un poco terrorífico, es que más de uno y de dos eran demasiado inocentes, hasta el punto de mezclar realidad y ficción (series, dibujitos, etc).

      O sea que seguramente depende de los padres, también (ese es otro debate: ¿genética o educación? ¿Herencia o sociedad), así que siéntete orgulloso, que seguro que habrás tenido que ver con que tu niño sienta curiosidad.

      También puede ser que la curiosidad se "gaste", si, hasta cierta edad, los niños preguntan cosas a las que los adultos no saben responder. Yo me alegro en ese sentido de no tener hijos, porque me preguntan cualquier cosa de ciencias, y no tengo ni idea. Y mira que la EGB lo hizo seguramente mejor que la ESO. Pero en el insti me hicieron odiar TODAS las ciencias. Sobre todo, las matemáticas. Los números siempre me parecieron abstractos: no me hablaban de las cosas que me interesaban.

      Pero vamos, que nos estamos yendo del tema... Jajaja. En fin, ya seguimos debatiendo si me leo el de Egan. Para Navidades, caerá. Pero es que tengo tarea pendiente...

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    4. "Aunque, y ese es otro aspecto por donde se podría ir, luego está el elemento de que el niño realice el experimento por sí mismo"

      Eso es lo que se suele conocer como "aprendizaje por descubrimiento". Y es que lo realmente interesante de la ciencia son las preguntas. Que te cuenten un rollo como que todo está descubierto (cosa muy común en las clases de matemáticas en secundaria) es bastante más aburrido que saber que la mayor parte de las cosas se desconocen.

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    5. "Los números siempre me parecieron abstractos: no me hablaban de las cosas que me interesaban."

      Ahí si que me es imposible ponerme en tu lugar. Los números (los objetos matemáticos en general) siempre me han parecido fascinantes por esa lógica certera que siguen sin desviarse ni un ápice. Porque todo encaja. Porque todo una razón. Francamente, me parece increíble que haya alguien al que eso no le parezca sublime, pese a que me encuentro con evidencias de lo contrario cada día.

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    6. Bueno, cada persona es distinta, sí. En realidad, una ficción suele ser bastante matemática: también todo tiene su razón de ser. Pero mi experiencia, mi vida, me prueba, cada día, que la lógica del universo es algo demasiado ajeno. Fascinante, a veces, por cómo encaja todo, pero demasiado lejano de mi experiencia diaria, de las personas, de los sentimientos. Digamos que al universo le da bastante igual qué te suceda a tí y a los que quieres. En realidad, el universo, matemático, físico, puede producirme una reverencia, pero en eso es como la propia figura de Dios o de un dios: imponente pero distante. Por eso siempre he creído que la oposición religión versus ciencia al cabo tampoco responde todas las preguntas, o, mejor dicho, no suple todas nuestras carencias. Mientras haya un sistema de normas (unas, impuestas desde una mitología que se acepta según en qué país nazcas; las otras, universales, extraídas de la experimentación y el conocimiento) en la que ni pinchemos ni cortemos, el ser humano seguirá en su diatriba existencialista. Y eso es lo que me interesa a mí. Lo humano. Por cierto, que de todo esto hablaba, en parte, aquel relato de Ted Chiang; Hell is the absence of God. Muy interesante. En un mundo donde Dios se probaba como real, donde el infierno y el cielo eran hasta visibles, el ser humano seguía sin entender la lógica divina, misteriosa, ajena, indescifrable.

      Pero en realidad, es lo interesante de estos debates: nadie tiene la misma visión sobre la vida, o sobre la ciencia. Ni sobre la ciencia ficción. Nadie se fascina por las mismas cosas. Yo siempre lo he dicho: es improbable dirigirse a todas las audiencias, bien sean espectadores o lectores. Somos muy diferentes, todos.

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    7. A todo esto, que no se entienda que desprecio las ciencias. En absoluto. Digo que nunca me las enseñaron como, creo, era debido. Estoy en contacto, de hecho, con gente experta (un físico), y he conocido matemáticos. Siempre me han hecho ver que las ciencias tienen más variantes interesantes de ese conocimiento mal impartido en mis años mozos. Y estoy muy interesado en la neurociencia y la terapia génica, en parte, porque de ella han surgido ideas para dos guiones (que creo que al final serán novelas).

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    8. Solo por ayudar: lo que os pasó con los niños de 5 años es lo que suele pasar con ellos. Os chocasteis con un muro evolutivo. De nuevo, la ciencia, y hay mucha tras del desarrollo de los niños.En efecto: mezclan realidad y ficción, en un período que va entre los 4 y 7 años, y no tienen curiosidad por cómo funcionan las cosas porque no tienen clara la causalidad. La noción causalidad se desarrolla entre los 7 y 9 años.

      Aproximarse a las etapa vital infantil de forma muy literaria, puede dar mucho juego, pero para acercarse a ellos en tareas cognitivas es un problema: los niños no funcionan para nada como los adultos. De hecho, el desarrollo cerebral y funcional es fascinante. Lo que creemos pensamiento no es "mágico", son sesgos de interpretación que desaparecen con la maduración cerebral, y con poco que ver con la cultura.

      Mucho más prosaico, pero muchísimo más interesante.

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    9. Bueno, no, no eran tan pequeños, como antes decía; entre 7 y 11 años, los tuvimos. Pero la maduración de cada niño es diferente, sin duda. Sí, es muy posible que sea muy complejo el tema de la formación, por estos aspectos que mencionas del proceso de maduración. No todos los niños comienzan a hacer esas preguntas insistentes de "por qué" a las mismas edades. En todo caso, en mi observación no como padre), si esa curiosidad, que surgiría a partir del desarrollo de la causalidad, no se fomenta, no se mantiene.

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  7. Offtopic total y absoluto, pero no se me ocurre dónde preguntarlo: ¿alguien sabe si hay planes para editar Wool de Hugh Howey en español?

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    1. Ni idea. Es un libro del que estoy oyendo hablar un montón (y muy bien), pero no he leído.

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